El Intendente de Canelones, Yamandú Orsi, dio un discurso en el acto de conmemoración de La Batalla de Las Piedras, este miércoles.  En el monumento al prócer gral. José Gervasio Artigas se dieron cita el presidente de la Republica, Luis Lacalle Pou, ministros, instituciones educativas, autoridades de la comuna canaria, legisladores y autoridades del Ministerio del Interior. Posteriormente dichas instituciones realizaron el desfile tradicional por Av. Artigas hasta Pilar Cabrera.

En su alocución el intendente canario se refirió a la ola de homicidios que vive el Uruguay, “en el mes que corre 19 personas han sido asesinadas. En mayo del año pasado fueron 16. No es una estadística más. Tampoco una forma velada de pasar cuentas políticas. Mencionar esto es una forma de recordar que estamos frente a una situación dramática y que sería terrible acostumbrarnos a ella. Acá no hay clases de muertes ni muertos clase A o clase B”, indicó.

Sobre la situación económica reconoció una recuperación pero apuntó que es “insuficiente” y “desigual”. “La recuperación económica está ayudando a paliar parte de ese retroceso, pero no alcanza: aún es insuficiente y desigual. Sólo para mostrar una dimensión, ahí están los datos de pobreza infantil para testificarlo”.

También planteó un diálogo nacional sin olvidar que el Frente Amplio no gobierna. “Sentimos la necesidad de plantearlo. Sin abandonar nuestras creencias, sin dejar de lado nuestros principios y nuestras ideas, sin confundir los roles del gobierno y de la oposición, pero pensando siempre en que construir ese bien común es la única meta de nuestros esfuerzos”.

Aquí el discurso completo:

“Son ya varias las veces que he estado aquí, pero el orgullo es siempre el mismo. En este lugar, hace 211 años, un puñado de orientales, constituido como “pueblo en armas” bajo la conducción del padre Artigas, derrotaba a las fuerzas españolas y daba inicio a un largo proceso de lucha que nos llevaría a la independencia.

Desde el comienzo la revolución artiguista fue popular y radical, en su verdadero sentido de ir a las raíces de los problemas y desafíos de su tiempo. Procuraba Independencia pero también “soberanía particular de los pueblos”, definiciones republicanas como la “libertad en su máxima extensión” e “independencia plena” de los poderes públicos, confederación, justicia social, con el norte emblemático, que sigue vigente hoy como pocas veces antes, de que “los más infelices serán –sí en futuro- los más privilegiados…”

No fue rápido ni fácil, es cierto. Pero sin duda fue indispensable. Vaya que valió la pena aquel camino! Lo que hemos sido y lo que hoy somos no se explica sin ese pasado heroico y cargado de coraje, al que debemos recordar como inspiración personal y colectiva (que no son opuestas sino complementarias) cada vez que podemos, y cuyo espíritu tenemos que honrar siempre.

Más de dos siglos después de la Batalla de Las Piedras, Uruguay sigue en camino. Con el sentido de urgencia de aquella “admirable alarma”, como dijera el propio Artigas. Con retos que pueden ser distintos pero que apuntan en la misma dirección: cómo contribuir a la felicidad común pensando en primer lugar en los que más necesitan, en los vulnerables, en los injustamente marginados, prioridad de nuestros desvelos.

Así lo entendía el Jefe de los Orientales y así lo entendemos hoy nosotros, dos siglos después, con problemas distintos pero desde la misma inspiración de sus valores.

Parece ayer, pero pronto hará 40 años que recuperamos la democracia, y diferentes gobiernos de muy distinto signo político se han sucedido siempre con la misma meta: lograr lo que Artigas llamaba “la pública felicidad”.  Y en eso hemos progresado, qué duda cabe. Pero los avances no son suficientes y estamos en tiempos difíciles, tanto a nivel mundial como nacional.

A nivel mundial, porque la paz se encuentra amenazada y en riesgo cada vez mayor. Todos los días muere con violencia inconcebible gente inocente en lugares tan diferentes como Ucrania, Líbano y medio oriente, África, sin que el sistema internacional logre poner fin a esa sangría. Pero también porque la exclusión de buena parte de la humanidad de los beneficios del progreso genera una gigantesca desigualdad que es fuente de injusticias cada vez más profundas.

Lo sabemos demasiado bien desde nuestra América Latina, el continente más desigual del mundo. Condición escandalosa que debe rebelarnos: en nuestros países del continente de Rodó y de Martí, hoy como ayer, ¡el problema de la pobreza es el problema de la desigualdad!

Aunque la guerra –pero no la violencia- parece lejos de nosotros, todos los días vivimos las consecuencias de estas situaciones, y las sentimos aún más cuando sabemos que además de las consecuencias económicas que esos sucesos traen amenazan nuestra coexistencia pacífica y vulneran derechos humanos de nuestros hermanos en otras partes de mundo.

A nivel nacional también atravesamos una situación compleja, porque la forma en que muchos uruguayos y muchas uruguayas están viviendo hoy se aleja mucho de condiciones de vida dignas o se sienten amenazadas.  En el mes que corre 19 personas han sido asesinadas. En mayo del año pasado fueron 16. No es una estadística más. Tampoco una forma velada de pasar cuentas políticas. Mencionar esto es una forma de recordar que estamos frente a una situación dramática y que sería terrible acostumbrarnos a ella. Acá no hay clases de muertes ni muertos clase A o clase B. Detrás de esas muertes sólo hay tragedia y dolor. -No podemos ser neutrales u omisos frente a eso. Detrás de cada persona que muere de esa forma hay una expresión de nuestro fracaso colectivo al encarar el tema de la seguridad pública, asunto complejo si los hay que deberíamos resolver colectivamente, entre todos, con la máxima urgencia y responsabilidad. También enfrentamos importantes problemas sociales. Como a todos los países, la pandemia nos puso frente al enorme desafío para asegurar la subsistencia, especialmente de los sectores más desfavorecidos de la sociedad. La arquitectura de nuestro sistema de protección social, tantas veces injustamente criticado, sirvió como una red de contención que palió en parte algunas de las peores consecuencias de la inactividad.

La recuperación económica está ayudando a paliar parte de ese retroceso, pero no alcanza: aún es insuficiente y desigual. Sólo para mostrar una dimensión, ahí están los datos de pobreza infantil para testificarlo. Cada año que un niño pasa en la pobreza se compromete su futuro desarrollo físico, emocional e intelectual. Como país, no podemos aceptar pasivamente esa situación: es tiempo de poner manos a la obra para hacer todo lo que podamos hacer.

No dejamos de reconocer que el aumento de los precios tiene múltiples factores, algunos que el país no puede controlar. Pero sí decimos que es posible paliar parte de sus consecuencias para evitar que mucha gente viva situaciones que amenazan su subsistencia. No debe haber mejor inversión para un país que evitar que sus ciudadanos caigan en la pobreza o que decaiga abruptamente su nivel de vida. Podemos hablar mucho de indicadores y teoría económica, de datos y relatos, pero quizás se trata de introducir también antes que nada sensibilidad y realismo. Y mucho pragmatismo. Mucho. Porque como dijo un premio nobel como Joseph Stiglitz: “Un sistema económico que no consigue bienestar para sus ciudadanos es un sistema económico fracasado.”

Pero no son sólo los temas de hoy los que nos desafían. El futuro también plantea retos sobre los que tenemos que ser capaces de conversar. La transformación de la educación es un desafío ineludible, para los que gobiernan hoy y para los que gobernaron ayer, para los docentes, para los padres y para los educandos. Se trata de una lucha cotidiana para hacer de ella una plataforma para la integración social, un lugar para la realización personal y una palanca para el desarrollo, tanto como una necesidad como un autèntico imperativo. Allí también está el núcleo motor de nuestro dinamismo como sociedad emprendedora.

También, estructurar nuestro sistema de protección social para tener una vida digna, como solía decirse, “desde la cuna a la tumba”. Y hacerlo de una forma que a la vez que aseguramos un piso básico de bienestar para todas las personas, cuidemos también que el financiamiento sea justo y que la desigualdad no se dispare de forma tal que unas personas queden, en la práctica, rehenes de otras.

Frente a todas estas cuestiones, creo que tenemos un enorme desafío republicano en el sentido más artiguista de la palabra. Dicen los historiadores Ana Ribeiro y Gerardo Caetano que en 1814 Artigas, en comunicación dirigida al Cabildo de Corrientes, había definido república no como un tipo de régimen político sino como la actitud proactiva que nuclea a una polis. Hermosa palabra la “polis”. Un término con el que los antiguos griegos denominaban a la comunidad de ciudadanos que se organizaba para resolver sobre los asuntos públicos. La polis griega no era, probablemente, un ejemplo de trámite rápido para temas complejos. Pero sí era un ejemplo de ejercicio de ciudadanía activa, un espacio de debate amplio y abierto donde todas las opiniones eran bienvenidas, un campo indispensable para la protección y el ejercicio de nuestros derechos, de nuestra condición de seres libres.

Hoy, que las democracias están desafiadas desde distintos lugares, la negación de los adversarios políticos y su consideración como enemigos es uno de los principales signos de deterioro democrático. ¿No será entonces el tiempo de recuperar ese concepto artiguista de la república? ¿No será el momento de recuperar esa actitud proactiva de debatir los asuntos públicos abierta y francamente sin exclusiones? No venimos acá a reclamar responsabilidades que no nos competen. Está claro que quien gana las elecciones gobierna, y entre las funciones de gobierno está el tomar decisiones sobre las políticas públicas.

Pero es evidente que un sistema democrático sano se nutre también del diálogo entre rivales políticos, de una construcción pública que, respetando plenamente los roles de gobierno y de oposición, frente a ciertos desafíos, pocos pero centrales, puede y debe ser compartida. Para eso siempre hay que tender puentes, un concepto que no debe ser subestimado o banalizado nunca, sobre todo cuando hablamos desde una sociedad democrática como la uruguaya. Ese mismo diálogo práctico que muchas veces, cuando es franco y abierto, es el que facilita avanzar hacia las soluciones. Aquí mismo, en Canelones, tenemos todos los días ejemplos de cooperación entre personas de diferentes partidos. Lo tenemos entre autoridades, como ejemplifica la colaboración entre los distintos niveles de gobierno. Pero lo tenemos en la población, como lo atestiguen el trabajo de vecinos y vecinas en las más diversas organizaciones sociales, las comisiones de fomento de las escuelas, la cooperación en la atención a las urgencias como las ollas populares, la solidaridad espontánea frente a las situaciones difíciles.

Si eso ocurre, ¿no será la hora de preguntarnos si no es posible en otros niveles? Como políticos, sentimos la necesidad de plantearlo. Sin abandonar nuestras creencias, sin dejar de lado nuestros principios y nuestras ideas, sin confundir los roles del gobierno y de la oposición, pero pensando siempre en que construir ese bien común es la única meta de nuestros esfuerzos. En definitiva, volviendo a una vez al sueño artiguista, hacer todo lo posible para construir la pública felicidad”.