Por Esteban Leonís

Llegó a esta zona casi obligado por las circunstancias. Al poco tiempo fundó una pequeña fábrica de pastas que tras 36 años de intensa labor hoy tiene tres sucursales, dos locales de empanadas, un restaurante y da trabajo a más de cincuenta personas.
La llegada de Miguel Foliadoso a Ciudad de la Costa se dio casi sin querer. Uno de sus hijos sufría de los bronquios y los médicos le recomendaron salir de Montevideo buscando un aire más puro y menos polucionado. De esto hace casi 40 años.
Miguel tenía un reparto de comestibles, y su vieja camioneta sufría cada vez que debía hacer los más de 20 kilómetros que lo separaban de sus clientes capitalinos. La problemática laboral y el amor que sintió por el lugar que habían elegido para vivir, hicieron que tomara la decisión de que su trabajo debía ser también aquí.
“Hagamos pastas” le dijo a su esposa Susana, quien no dudó ni un instante en asumir que a partir de ese momento ese sería su nuevo modo de vida. Ambos, junto a apenas dos empleados, pusieron manos a la obra. En 1981, sobre la calle Uruguay, a metros de la Avenida Giannattasio, se instaló el primer local de La Espiga de Oro, el que no superaba los 65 metros cuadrados.
“El cambio me costó. Yo vivía en el centro de Montevideo, sobre la calle Colonia, y estaba acostumbrado a tener todo cerca. Acá estaba todo salpicado. Recordemos que esto era una sucesión de balnearios, dónde la gente venía a vacacionar, y eran pocos los que vivían todo el año. Recién a fines de los años 80 y principios de los 90 fue que se produjo una explosión demográfica en la zona y un crecimiento fenomenal en muy poco tiempo. Los alquileres en Montevideo subieron de precio y mucha gente decidió venir a vivir a su casita de veraneo. Al mismo tiempo tuvimos un auge de construcción increíble. Por todos lados se levantaban casas nuevas. Se comenzaron a instalar nuevas empresas y comercios y se fueron conformando pequeños centros comerciales. Primero nos transformamos en una ciudad dormitorio y de a poco la gente comenzó a trabajar también acá”.
Miguel recuerda claramente la forma en que fue creciendo la zona y la califica como absolutamente desordenada. “No tenemos una plaza principal, nos falta un centro. La instalación del Centro Cívico sin duda que ayudó a mejorar ese tema, fundamentalmente porque ahora tenemos la mayoría de las oficinas públicas en un solo lugar. Antes teníamos que ir de un lado a otro para hacer trámites, producto de lo alargada que es la ciudad. Hemos mejorado pero nos sigue faltando mucho.”
Foliadoso entiende que los sucesivos gobiernos municipales no le han dado a Ciudad de la Costa el impulso que merece. “El saneamiento es algo que era necesario y que yo aplaudo pero me da la sensación que se está haciendo de una manera muy desordenada. Son varias empresas trabajando al mismo tiempo y parecería que falta coordinación. Los días de lluvia siguen siendo un problema. Las calles siguen en pésimo estado, y ahora no es por falta de máquinas como se alegaba antes, ahora tenemos máquinas por todos lados y los lagos se siguen formando”. Si bien Miguel está de acuerdo con la pavimentación que se viene haciendo, tiene la sensación que allí tampoco las cosas se hicieron del todo bien. “Las calles que se pavimentaron son demasiado angostas, y eso trae aparejado un grave problema para estacionar y por ende para circular. Es una lástima porque había espacio. A veces parecería que quienes deciden no tienen la experiencia como para brindar soluciones a esta zona. De todos modos, y aunque a mi modo de entender las cosas no se han hecho del todo bien, el tema pavimentación cambiará la realidad radicalmente.”
El fundador de la Espiga de Oro es un enamorado del lugar que ha elegido para vivir y desearía que se lo cuidara más. “Hoy se hacen lindos enjardinados en la vía pública. Se coloca pasto, como por ejemplo en el cantero central de la rambla, pero sin embargo después no se mantiene. Crecen los yuyos y no hay nadie que se ocupe de cuidarlo”. Miguel sugiere que se designen al menos dos o tres personas a recorrer la ciudad y puedan ir marcando lo que hay que ir haciendo. “Gente que señale dónde se formaron los pozos, dónde hay podas para levantar, donde hay pastos para cortar. Pequeñas cosas que si se ven se pueden ir solucionando”.

Historia
La Espiga de Oro se fundó en 1981, con un local de 65 metros sobre la calle Uruguay. “Eran los propios clientes los que nos pedían que estuviéramos más cerca y por ellos fue que fuimos ampliándonos”.
En 1995 La Espiga abrió lo que se transformó en su casa central, en la Avenida Giannattasio esquina Manuel Varela Cáceres, en el corazón de Lagomar. Un local de 175 metros cuadrados, con una tecnología de primer nivel, y haciendo de la calidad de la mercadería su principal fortaleza.
En 1997 se inauguró el coqueto local ubicado en el centro de El Pinar y casi al mismo tiempo, quizás para hacer honor a lo que había sido su comienzo, Miguel Foliadoso decide instalar una pequeña sucursal otra vez sobre la calle Uruguay.
Hoy Miguel con 71 años, y casado desde hace 44 con Susana, ya no participa directamente del proceso de elaboración de las pastas -algo que fue delegando en sus hijos, pero sigue siendo el corazón de su empresa. Su afán emprendedor lo llevó a inaugurar hace pocos años Empanadas de la Espiga (con locales independientes tanto en Lagomar como en El Pinar) y en 2016 su propio restaurante La Riccetta della Spiga, donde obviamente la pasta es la especialidad de la casa, pero desde donde se elaboran también unas exquisitas pizzas gourmet.
Llegaron a esta zona casi de casualidad, pero con el paso de los años la familia Foliadoso convirtió a su empresa en la fábrica de pastas más reconocida de toda Ciudad de la Costa.