Fotos y textos Meri Parrado.

Hay proyectos que no nacen de grandes presupuestos ni de decisiones verticales, sino de una convicción compartida. El Centro Cultural Shangrilá es uno de ellos. Detrás de sus espacios, actividades y logros hay una historia comunitaria sostenida durante décadas por vecinos que imaginaron lo que todavía no existía y decidieron hacerlo posible.

Impulsado por la Comisión Pro Fomento de Shangrilá —una organización con más de 50 años de trayectoria—, el centro cultural comenzó a tomar la forma que hoy lo define a partir de 2005 y 2006, cuando un grupo de vecinos empezó a pensar que aquel barrio tranquilo podía transformarse en un espacio vivo, con actividad cultural y social. “Nos sentíamos en un espacio muy tranquilo, sin actividad, y estos vecinos empezaron a soñar con cosas distintas”, recordó Venancio Rodríguez, presidente de la comisión, en entrevista con Metropolitano.

En un contexto sin redes sociales ni antecedentes que respaldaran el pedido de apoyos, aquel grupo inicial se propuso construir una biblioteca popular, pensada y diseñada específicamente para ese fin. El proyecto logró en 2009 un respaldo formal del Estado, a través del Ministerio de Transporte, tras cuatro años de trabajo sostenido. “Aquella barra, los viejos, como les decimos con cariño, no aflojaron y lograron inaugurar el edificio de la Biblioteca Popular Shangrilá. Ese fue un quiebre, sin duda, en la historia de la comisión”, afirmó Rodríguez.

Desde entonces, el crecimiento fue constante. Aumentaron los voluntarios, los vecinos que se acercaban y los usuarios de la biblioteca, que pasó de contar con algunos miles de libros a alcanzar cerca de 30.000 ejemplares en la actualidad, colmando el espacio original. Ese proceso estuvo marcado por quienes desde la comisión identifican como “los imprescindibles”: Cleber Ferrari, Julio Mourigan, Edelweiss Zahan —quien continúa al frente de la biblioteca— y Faustino Pérez. Estos nombres, además de ser inspiración y memoria histórica, están plasmados en los distintos espacios del centro cultural. “Hicieron que esto fuera posible, contagiaron y generaron todo lo que vino después”, subrayó el presidente.

La lógica de apertura fue, desde el inicio, uno de los pilares del proyecto. Según Rodríguez, se trató de invitar permanentemente a sumarse, sin barreras etarias ni internas: jóvenes, adultos y veteranos encontraron un lugar donde participar. Con más gente, mayor visibilidad y una trayectoria que respaldaba los pedidos, la comisión comenzó a gestionar nuevos recursos. El funcionamiento cotidiano se sostiene mayoritariamente con aportes de socios, que cubren gastos como luz, agua, seguros y los únicos dos cargos rentados del predio: mantenimiento y limpieza.

Las grandes obras, explicó Rodríguez, se financiaron con un esquema aproximado de 70% de aportes privados —principalmente de vecinos— y 30% de apoyo estatal. En 2015 surgió un nuevo sueño: contar con un anfiteatro propio. La necesidad práctica de no depender de escenarios prestados derivó en un proyecto mucho más ambicioso. Tras varios intentos fallidos, en 2017 el Ministerio de Transporte volvió a respaldar a la comisión, financiando parte de la obra. El resto se logró con aportes comunitarios. El anfiteatro se inauguró el 8 de diciembre de 2018, en una celebración que marcó al barrio.

En esa etapa final también se creó el espacio infantil, otro hito que, según Rodríguez, generó una apropiación del lugar por parte de las familias y los niños. “Si la biblioteca fue un mojón, ese fue otro mojón bien importante”, señaló. Actualmente, el centro cuenta con más de 70 voluntarios activos, además de otros que colaboran de forma esporádica. La comisión tiene alrededor de 1.300 socios, con una cuota accesible, mientras que la biblioteca —de acceso totalmente gratuito— supera los 3.000 usuarios, muchos de ellos menores de 18 años. Entre ellos se destacan los alumnos de la Escuela Simón Bolívar, que participan semanalmente de un circuito de préstamo que, con el tiempo, incluso ha derivado en nuevos voluntarios adolescentes.

El Centro Cultural Shangrilá también gestiona el CAIF Abuelo Ubaldo, un centro de referencia a nivel departamental y nacional. La comisión asumió su gestión tras el retiro del equipo anterior, consciente de la exigencia y la responsabilidad que implicaba. “Adriana, que fue gran gestora de ese proyecto, y el equipo que lo llevaba adelante, entendieron que habían cumplido una etapa y nos golpearon la puerta para preguntarnos si podíamos continuar el proyecto. Fue un desafío enorme porque ese CAIF se caracteriza por la excelencia. La vara estaba altísima. Pero era imposible decir que no, porque había un equipo cansado, una necesidad de renovación, y porque habían pensado en nosotros. No había margen para decir que no”, recordó Rodríguez. Hoy, el CAIF atiende a 118 niños y requiere la gestión de más de 20 personas rentadas, un desafío completamente distinto a la lógica del voluntariado, pero que la comisión asumió con orgullo.

Otro de los ejes destacados es el trabajo medioambiental. A través de distintos proyectos, el centro impulsó la plantación de más de 1.000 árboles nativos en Ciudad de la Costa, con una tasa de supervivencia superior al 80%, gracias a la articulación con vecinos, instituciones y organizaciones locales. “Lo cuidan, lo riegan y lo hacen suyo”, valoró Rodríguez, contrastando esos resultados con plantaciones tradicionales de carácter más institucional.

La propuesta cultural se completa con espectáculos en el anfiteatro, teatro, cine, actividades lúdicas y talleres diversos. Muchos de estos proyectos nacieron por iniciativa de vecinos que acercaron ideas inesperadas, como los encuentros mensuales de juegos de mesa, que hoy convocan a decenas de personas. La procedencia del público es amplia: llegan usuarios y participantes desde distintos balnearios de la zona metropolitana, atraídos por un espacio que se define como abierto y hospitalario.

Esa lógica de comunidad se refleja también en pequeños gestos que se transforman en grandes aportes. Rodríguez relató cómo una vecina decidió confeccionar gratuitamente los telones de una sala de teatro improvisada, simplemente porque no podía “ver eso así”. “Una cosa que no te entra en la cabeza, pero que te explica un poco lo que se genera en esos encuentros”, resumió.

A pesar de ser reconocido como punto de cultura y centro cultural nacional, el sostenimiento diario sigue recayendo casi exclusivamente en la comisión vecinal. Los apoyos institucionales han sido puntuales y limitados. “Hemos intentado durante 15 años tener una persona presupuestada para que nos ayude en la administración o la comunicación, y no hemos podido lograr dar ese salto”, explicó Rodríguez, señalando que incluso la iluminación del predio —muy valorada por los vecinos— implica costos mensuales significativos.

Consultado sobre las claves para sostener un proyecto de esta magnitud, el presidente volvió a mencionar a los fundadores. “Siempre volvemos a los imprescindibles. Nos enseñaron a generar un ambiente de apertura y propicio para que cuando vengan otras personas se sientan invitadas a participar y a quedarse”, afirmó. Reconoció tensiones propias del crecimiento y del trabajo voluntario, pero destacó que “la comisión está por encima de las cuestiones personales y que el cuidado del espacio es un valor compartido. En los últimos años, dijo, se trabajó conscientemente en priorizar el disfrute y lo colectivo, incluso aprendiendo a decir que no cuando los recursos no alcanzan.

Nuevos sueños

Entre los proyectos inmediatos se encuentra la apertura de una cafetería, cuya obra está en etapa final y cuya gestión será licitada de forma abierta, priorizando propuestas locales y acordes al espíritu del centro. La iniciativa responde tanto a una demanda vecinal como a la intención de generar una sinergia entre lo cultural y lo social. “Va a traer gente y también va a venir otro público que quizás entre por un café y descubra todo lo demás”, señaló.

A más largo plazo, el gran sueño es la construcción de una sala de teatro para 300 personas, un proyecto ya elaborado y presentado ante organismos públicos. Rodríguez reconoció que se trata de una iniciativa de otra escala presupuestal, que requiere un fuerte compromiso del Ministerio de Educación y Cultura, el Ministerio de Transporte y la Intendencia de Canelones. La apuesta, sostuvo, responde a una demanda real de una ciudad de más de 100.000 habitantes que carece de una sala de estas características. “Creemos que va a ser algo divino para la ciudad”, afirmó.

Al final de la entrevista, al intentar resumir qué representa el Centro Cultural Shangrilá, Rodríguez apeló a una imagen que sintetiza el espíritu del proyecto: “Este es un tren de sueños que no para”.