Por Meri Parrado

En el marco del ciclo de charlas organizado por ANDA, el actor argentino Gastón Pauls visitó el Liceo Solymar de Ciudad de la Costa para presentar “Hablemos, charla de prevención de adicciones”. Frente a más de un centenar de estudiantes, y en un clima de atención y emotividad que sorprendió a los docentes —ninguno miró el celular durante la hora y media que duró el encuentro—, Pauls relató su experiencia como adicto y el camino recorrido hacia la recuperación.

Pauls se dirigió a los y las estudiantes con un tono cercano y directo, combinando relatos personales con datos concretos sobre los riesgos y consecuencias del consumo de drogas. Alternó momentos de crudeza con instantes de humor, lo que le permitió sostener la atención de la audiencia y generar empatía.

En varios tramos de la charla, el intérprete aclaró: “No vengo a decirles lo que hacer”. Propuso, en cambio, “hablemos con la verdad”, asegurando que existen aspectos sobre el consumo que “nadie te los dice”.

Al Inicio de su oratoria, subrayó que las adicciones no distinguen edad, clase social ni profesión, y que pueden desarrollarse de forma silenciosa hasta convertirse en un problema grave. “Vengo de una familia de clase media, no sobraba nada, pero tampoco faltaba. Tuve muy buenos padres, se peleaban mucho entre ellos, yo era muy tímido, no hablaba, y no les podía decir a mis viejos que me molestaba que se pelearan delante mío, me dolía, no sabía cómo manejarlo. Y en el colegio tampoco hablaba”.

Al contar cómo ingresó al mundo del consumo problemático de sustancias, destacó la búsqueda de aceptación y la necesidad de escapar de los problemas personales. Recordó que en su clase había dos grupos muy marcados: “un grupo que era el de genios, el de divertidos, exitosos, cancheros”, y otro conformado por los “tímidos, inseguros, el que tenía anteojos, el que era gordito, el que tenía granitos, el que tenía la nariz muy larga, el que era muy alto, el que era muy bajo”. El actor contó que formaba parte de ese segundo grupo por lo cual fue víctima de bullying. “Y yo tenía la autoestima por el piso, sentía que era un gil, un idiota, que nadie me entendía, que era mejor no hablar”. Y agregó: “Me sentía solo, no sabía con quién compartir, sentía que estaba bien que me hicieran bullying o que me lo debía merecer”.

En ese contexto, a los 13 o 14 años, los mismos chicos que lo hostigaban lo invitaron a juntarse una noche en casa de uno de ellos. Tuvo miedo de decir que no y que le pegaran o maltrataran, así que decidió ir. Al llegar encontró a los cuatro jóvenes “en pedo, estaban tomando gin”. En un momento, y ante la presión de sus pares, aceptó tomar un trago: “Me costó, pero pude tragarlo y dije, listo, lo logré”, rememoró. Poco a poco, el alcohol lo fue relajando y le permitió sentirse incluido: “Con el cuarto trago tenía un pedo importante, totalmente borracho. Me empecé a sentir más cómodo, más relajado y dije, esto está buenísimo, el alcohol me relaja.”

Sin embargo, esa primera experiencia también tuvo un final abrupto y humillante: “Me tomé un quinto trago, empecé a abrazarlos, a decirles ‘te amo’ hasta que en un momento de estar abrazando a mis compañeros se me dio vuelta todo y me fui a abrazar, pero al inodoro.” Confesó que “empecé a vomitar en el inodoro a decir ‘juro que no tomo nunca más’” y que se quedó dormido “abrazado al inodoro”.

A pesar de este episodio, para el lunes siguiente ya había pasado la prueba para ser aceptado: “En el colegio me hicieron unos chistes, pero no me hicieron bullying”. A partir de entonces, comenzó a ser parte del grupo de «genios” y el consumo de alcohol se volvió habitual, un rito de grupo al que definían como “nos juntamos a hacernos mierda”. Más adelante probó la marihuana, notó que lo hacía reír y lo ponía creativo, y también le gustó. Esa fue la antesala de una adicción que lo llevó al límite.

Una noche en un boliche, cuando ya estaba “en pedo y fumado”, vio a un hombre diez años mayor que él “metiendo una tarjeta en una bolsa con un polvo blanco” y le preguntó qué estaba haciendo. El hombre le respondió: “Estoy tomando merca… cocaína, boludo”, y le aseguró que “cuando tomás merca sos Superman.”

Esa afirmación marcó un antes y un después en su vida. Pauls relató que en ese instante pensó: “Sigo encontrando cosas que me van a ayudar, el alcohol me relaja, la marihuana me hace reír, me convierte en alguien creativo. La cocaína me convierte en Superman.” Luego recibió una bolsita con cocaína y se la consumió en el baño del boliche, desde donde salió “con la S dibujada, tenía la capa. Era Superman.”

Describió la sensación inicial como una elevación inmediata: “La cocaína te pone acá arriba un rato hasta que se te va el efecto… cuando se te va el efecto te la das contra el piso.” Esa montaña rusa lo llevó a buscar más dosis para mantenerse en ese estado: “Pensé que necesito más energía, quiero volver a ser Superman… me acerco al tipo y le digo ‘che, no tengo más energía’, me dijo ‘tenés que tomar más’… le dije que me diera más, pero me dijo que la tenía que pagar”.

El consumo se volvió cada vez más voraz y peligroso. Pauls admitió que cayó “desde el techo y no hasta el piso, sino hasta el primer subsuelo”. Rememoró una madrugada en la que “estaba en el baño del boliche buscando cocaína en el piso”, para luego salir y descubrir que el local ya estaba cerrado y él se había pasado toda la noche “entrando y saliendo del baño.”

Esa dinámica lo llevó a perder contacto con su entorno, incluso con su madre, a quien evitaba: “Llegué a mi casa, esquivé a mi madre, me metí en el cuarto, cerré la puerta con llave y dije me voy a dormir. Pero con la cocaína no puedes dormir… Estuve 12 horas tratando de dormir.” Además, confesó que “con la cocaína no puedes comer,” y que nadie le advirtió sobre esas consecuencias.

A pesar del desgaste, su mente intoxicada buscaba racionalizar la adicción: “Si cuando tomás cocaína subís, si cuando se te va el efecto bajas, el secreto es tener más, comprar más cocaína y siempre subir.” Así, la espiral se profundizó durante meses y años, incluso cuando su carrera actoral comenzaba a despegar y ganaba fama y dinero.

Pauls relató además la tragedia de su círculo cercano, vinculada al consumo. En 1995, un amigo y líder del grupo murió en un accidente automovilístico mientras manejaba a alta velocidad bajo los efectos de varias sustancias. “Cuando me llamaron, entré en un ataque de nervios, lloré, grité… pero lo primero que pensé fue ‘Mariano fue un boludo. Perdió el control del auto y de su vida. Yo no estoy perdiendo el control, yo sé cómo se hace esto.’”

Dos años después, el drama personal se profundizó con la muerte de otro amigo, Gustavo, quien sufrió un episodio psicótico grave y terminó suicidándose tras pasar 48 horas encerrado en un baño, paranoico y descontrolado. Pauls recordó que Gustavo creía que la policía lo perseguía y que “se pegaba la cabeza contra la pared”. “No podía entender, pero pensé de nuevo que Gustavo fue un boludo y que yo no, que yo era Superman”, agregó.

Padeció la muerte de dos amigos más, Ulises y Samira, en contextos también vinculados al consumo. Además, mencionó que tuvo que visitar en el hospital a dos amigos gravemente afectados por el consumo —uno que perdió una pierna y otro que quedó cuadripléjico— y también a un amigo preso por motivos vinculados a las drogas. “Fui al hospital, fui a la cárcel y fui al cementerio”, sintetizó. “En siete años y medio perdí cuatro personas a las que amaba», expresó dejando en claro la devastación que la adicción causó en su entorno y en su vida.

Mientras estas pérdidas y episodios ocurrían, Pauls reconoció que su consumo aumentaba y que padecía síntomas severos como ataques de pánico, paranoia y temblores incontrolables. A pesar de ello, confesó que “yo decía, no me muero” y se aferraba a la creencia de que “tenía el secreto del éxito.” Señaló que en 2007 llegó a consumir drogas “500 días seguidos” y que, aunque veía caer a otros, él seguía adelante.

El actor habló también de cómo su adicción afectó su relación de pareja con su ex Agustina Cherri, madre de sus dos hijos, Muna y Nilo. Recordó que se enamoró y que durante el primer año de convivencia comenzó a mentir, manipular y negar su consumo, comportamientos típicos del adicto. Detalló una Navidad especialmente difícil en la que, mientras intentaba comprar regalos, vivía en un estado paranoico: “Creía que me seguía la policía, frenaba, me escondía en el auto… Sentía que los semáforos me estaban grabando, o sea, una locura, una persona totalmente loca. No pude comprar regalos”

Cuando su novia lo confrontó por su evidente consumo, Pauls admitió que intentó minimizar la situación, incluso mintiendo sobre su estado. “En realidad yo quería que ella se calmara para seguir tomando.” Finalmente, la mujer se fue de la casa, y él se encerró en su habitación en un estado de paranoia extrema, rodeado de alcohol, cigarrillos, cocaína, baldes para no tener que ir al baño, y manchado de sangre que perdido por la nariz de tanto aspirar. Describió ese momento como “ese nivel de indignidad” en el que terminan casi todos los adictos, tarde o temprano.

En medio de esa noche, vivió un episodio crítico: sintió que no podía respirar y que iba a morir. En ese instante, narró que dijo: “Dios, si estás ahí, sacame de acá.” Después de un momento de inconsciencia, despertó y comprendió la gravedad de su estado, pero en lugar de pedir ayuda, intentó comprar más droga. Describió cómo salió de su habitación “desnudo, con sangre en la mano y en el pecho”, y pasó “las 24 horas más horrorosas de mi vida” dentro de un auto, sufriendo ataques de ansiedad y miedo.

Finalmente, cuando volvió a su casa y no pudo entrar porque alguien había dejado la llave por dentro, pensó que “la policía, Drácula o los ladrones” estaban dentro. Pero se trataba de su novia, quien había regresado “porque me amaba, porque no sabía cómo hacer para ayudarme.” Pauls destacó la reacción de ella: “No me gritó, no me pegó, no me preguntó nada, no me acarició. Lo único que hizo fue mirarme con una cara que hasta el día de hoy no se me borra. La mirada fue la más triste que yo vi en toda mi vida.”

Después de varios minutos de silencio y de pedirle perdón sin recibir respuesta, confesó que pronunció las palabras que marcaron un punto de inflexión: “Estoy enfermo y necesito ayuda.” Su pareja le entregó el contacto de una mujer que trabajaba ayudando a adictos. Esa acción fue el comienzo de su proceso de recuperación, que no fue fácil, pero que sostiene hasta la actualidad.

Pauls cerró la charla con un mensaje de esperanza, recordando que el 29 de diciembre, fecha cercana a la noche en que sintió que se moría, nació uno de sus hijos. “Si yo me moría ese día, me perdía el regalo más hermoso que me dio la vida,” concluyó, afirmando que “la vida, no la muerte,” fue el verdadero premio.

El broche de oro del evento fue una instancia de intercambio entre Pauls y los estudiantes, quienes plantearon preguntas muy interesantes. Consultado sobre si su experiencia lo había vuelto más creyente, Pauls aclaró que no se trataba de una charla religiosa, aunque afirmó con convicción: “Claro que creo en Dios… creo en mi Dios, yo lo llamo poder superior, para que, si acá hay algún judío, católico, musulmán, mahometano o lo que sea, cada uno pueda creer en ese Dios”.

Respecto a si había recaído después de iniciar su recuperación, reconoció que la adicción no tiene cura y compartió la reciente muerte de un compañero que llevaba 15 años limpio y que recayó trágicamente. “Hoy llevo 17 años y 8 meses en recuperación,” dijo, y añadió: “Prefiero un mal día limpio que el mejor de los días consumiendo.”

 

Sobre cómo manejaba el consumo durante su carrera, explicó que fue un proceso paulatino y detalló el doble estándar y la hipocresía que existe en los medios y el entorno artístico, donde muchos enfrentan problemas similares, pero sin reconocimiento público. Recordó que incluso firmó y trabajó en producciones estando en consumo, pero que finalmente tuvo que enfrentar los límites de la adicción.

Cuando se le preguntó cómo comunicó su situación a sus hijos, destacó que “siempre les hablé con la verdad”. Cuando otro estudiante le planteó cómo reaccionaría si sus hijos siguen sus pasos, expresó: «¿Puede ocurrir?, re. ¿Son libres para hacerlo?, re. ¿Tienen información?, mucha. Pero lo que me gusta es que tengan información para que de verdad sean libres”.