Parte de las personas privadas de libertad que trabajaron en la rambla de Parque del Plata restauraron El Águila de Villa Argentina a dos kilómetros de Atlántida. Se trata de un ícono de la costa canaria construido artesanalmente en 1945, que fue restaurado con mano de obra 100% de personas privadas de libertad. “Se realizó un mantenimiento intenso, en el interior se restituyeron todos los revoques, se recuperaron pisos, se pusieron nuevas aberturas y postigones originales, se reconstruyó la instalación eléctrica e iluminación exterior y se recompuso la piedra de afuera en su mayoría. También se instaló nueva cartelería y vamos a seguir con el entorno, la parte de jardinería”, explicó a revista Metropolitano, Gustavo González, alcalde de la zona.
El ministerio de Turismo y Gestión Territorial de la comuna colaboraron con materiales para su restauración. Sobre versiones acerca de que la edificación corría peligro de derrumbe, González aclaró que “la obra en sí misma no tiene peligro de derrumbe, está el tema de la erosión de la costa, ese tema será abordado por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas”, indicó.
El alcalde apuntó también que “ahora hay que armar el plan de sostenibilidad que lleva un presupuesto, hay una organización civil que colaboraría en este sentido”.
La presentación de las obras será este viernes 22 de junio a las 16 horas y asistirán la ministra de Turismo, Lilián Kechichián, el titular de Interior Eduardo Bonomi y el Intendente de Canelones, Yamandú Orsi.

La verdad según su constructor

El Águila, que en principio se llamó Quimera, fue construida por Juan Torres, a pedido del propietario de los terrenos el Ítalo-argentino Natalio Michelizzi, responsable de otras obras icónicas como el edificio Planeta de Atlántida. Algunos mitos e historias rodean a El Águila. Que fue escondite de espías nazis en la Segunda Guerra Mundial, capilla o centro de energía cósmica y laboratorio místico.
Sin embargo su propio constructor parece dar por tierra con todas esas historias en una entrevista realizada por Rosario Infantozzi a quien la levantó Juan Torres. Transcribimos parte de esa entrevista.
– “Don Juan… ¿Qué es realmente El Águila?”
– “Un capricho… nada más que un capricho de un hombre muy especial… una idea muy simple que se fue transformando en una quimera… sólo eso. Natalio Michelizzi, quien fue prácticamente el inventor de este balneario, me pidió que le edificara en el fondo del jardín de su casa llamada “El Barranco” -que lindaba con la playa- un nicho de dos metros por dos, para colocar allí una Virgencita que pensaba traer de Buenos Aires y que jamás llegó… un nicho… una urna… una especie de capillita… un lugar, como decía él “para que las mujeres se saquen las ganas de poner flores y prender velas”.
– “¿Está seguro, Torres? -pregunté, desesperada.
– “Mi querida Rosario… ya veo que Ud. ha escuchado los rumores que corren por ahí sobre esa construcción. Por eso, para empezar, creo que es justo que Ud. conozca un pequeño y a la vez inmenso detalle… ¿Ud. sabe cuando terminó la Segunda Guerra Mundial?”
– “¡Claro!… fue en abril de 1945.”
– “Pues entonces… mal podía ser El Águila un refugio nazi cuando Michelizzi me encargó la construcción de la famosa capillita el primero de agosto de 1945, el mismo día en que Rodolfo Lastreto -el hijo de la señora Marcela- cumplía la mayoría de edad y en que él daba una gran fiesta en el Hotel Planeta para festejar el acontecimiento… ¿se da cuenta?… la guerra ya había terminado antes de que yo empezara a construirla…”
– “Michelizzi, un napolitano fantástico, me pidió ese día que le construyera un nicho de dos metros por dos. Nos fuimos caminando los dos para el fondo de la casa a un monte que daba contra la playa y allí, en medio de los árboles, elegimos el lugar para hacer la capillita (…). Así dijo y cuando él decía “hacelo así”, había que hacerlo así. Él quería las cosas siempre más grandes de lo que podía. En ese momento se me vino a la mente la posibilidad de que quisieran hacer un altar adentro, así que me dije:
– “Yo la hago grande y después ellos que hagan adentro lo que quieran” de modo que hice una habitación de cuatro metros por cuatro y con techo a cuatro aguas. Cuando él volvió -porque vivía en Buenos Aires con su verdadera esposa- y se encontró con la habitación pronta, le gustó y me pidió que le abriera una arcada a un costado y le agregara un dormitorio… Lo hice tal como me había pedido… Se imaginó entonces que era un buen sitio para recibir amigos y quiso una cocinita y un baño… También se los hice. Cuando el edificio estuvo pronto se quedó un largo rato mirándolo en silencio. Después me dijo:
– “Que te parece, Torres, si ahora me haces un águila encima?”
– “¿Una qué?” -le contesté anonadado.
– “Un águila… y recubierta de piedras, para que parezcan plumas”…Y se fue.
En una construcción que tenía más de escultura que de arquitectura, armé sobre el techo a cuatro aguas una especie de molde de madera con la forma de la cabeza de un águila, lo forré por dentro con piedra, desplegué el hierro y volqué el hormigón. Dejé que fraguara y, al retirar la madera ¡allí estaba el águila!”
En ese momento la expresión de Juan Torres era de enorme felicidad. Parecía estar mirando dentro de sí una visión que le devolvía juventud y energía.-
– “Como el águila era hueca -continuó rememorando- saqué una escalerita de ladrillos desde un costado del bañito y construí encima una especie de camarote con ventanas al frente y los lados y una puerta de salida a lo que era la parte superior del pico curvo. Cuando Michelizzi vio aquello quedó encantado, porque sobresalía por encima de las copas de los árboles y desde allí se tenía una vista asombrosa de toda la Ensenada de Santa Rosa, como le llamaban a este lugar.
– “Entonces le gustó tanto que me pidió: “Ahora, Torres, quiero que abajo me hagas un bote”.-
– “¿Un qué?…” le pregunté desesperado.-
– “Un bote, una barca… ¿entendés?”
Y se fue otra vez, convencido de que yo, de alguna manera, me las iba a arreglar para cumplir con su deseo…Y lo hice. Le hice la barca que me pedía con bloques y hormigón (…) Yo me entusiasmaba con las cosas que se le ocurrían, aunque sabía que después iba a llorar para llevarlas a cabo”.
– “Bajo mi dirección y con la habilidad y buena voluntad de la gente que trabajaba para mí, fue modelada la forma de la borda. El piso de la imaginaria embarcación se convirtió en una gran terraza a la que se accedía por una puerta que abrimos en la garganta del águila. Una escalerita de ladrillos descendía desde esa terraza hasta las entrañas del bote, donde construimos una habitación que después se utilizó como bar. Tenía dos ventanitas en forma de ojo desde las que uno miraba hacia afuera y veía sólo mar, lo que daba la sensación de estar embarcado. La proa terminaba en dos agujas de hormigón, que simulaban la boca abierta de un delfín. Rudi Wolmut, un pintor polaco que trabajaba en el Hotel Planeta, decoró las paredes del bar con tiburones y toda clase de bichos marinos y pintó las piedras con tanto realismo que parecían plumas de verdad”.-
– “Para que se usaba realmente El Águila, Don Juan” -volví porfiadamente a la carga.-
– “(El Águila) se usaba para leer… para pintar… para recibir amigos y tomar copetines… para ver la puesta del sol… ¡para tantas cosas!… A ellos les gustaba sentarse allí y sentirse como reyes en su palacio, alejados de la gente… y sobre todo de la lengua de la gente… ¡Pero esa sí que es otra historia…!”