Por Jorge Señorans

La trataban de varoncito en el recreo de la escuela. Como sus padres no tenían plata para el boleto se iba caminando a entrenar. Para poder jugar se inyecta ácido hialurónico. A Victoria Pereyra no se la cuentan, la peleó. Un canto a la rebeldía y la lucha de las mujeres.

Fue dura la batalla. Pelear por su sueño generó dolores de cabeza. Ser discriminada por el hecho de ser mujer y hasta caminar 45 minutos para ir a entrenar porque en su casa no había plata para el boleto. Pero nada fue capaz de detener a Vico Pereyra. Tenía 9 años cuando se pegó a su hermano Felipe. Lo acompañaba a la canchita del barrio en las viviendas de Euskalerría. De aquellos tiempos le quedó el recuerdo imborrable de treparse a un árbol para ver los partidos.

En la escuela pretendía mezclarse en los picados pero la discriminaban por ser mujer. “Por el hecho de hacer un deporte para varones era considerada un varoncito. En la escuela me decían cosas, que era machita, porque andaba siempre con los varones. Y la verdad es que gustaba más jugar a los deportes que cambiar hojitas perfumadas en el recreo”, expresó Victoria a Que la cuenten como quieran.

Lejos de avergonzarse por las cosas que le decían o sentirse herida por ser radiada, las situaciones vividas despertaron su rebeldía. Si bien es cierto que al principio le lastimaba todo aquello que llegaba a sus oídos, se terminó acostumbrando, y cuando los varones se daban cuenta de que jugaba, que le podían pasar la pelota, la elegían entre las primeras. Alguna de sus amigas que pretendía jugar no corría la misma suerte y quedaba a un lado llorando. Vico jugaba con la rebeldía a flor de piel, por ella y por su amiga.

Hasta los 9 años, Victoria hacía gimnasia olímpica y natación en el club Malvín que le quedaba cerca de su casa. Pero en 1996 se generó el quiebre. Se decidió por un deporte colectivo y siguió los pasos de su padre Fernando y su hermano Felipe: basquetbolista. En Malvín femenino hizo sus primeras armas. Por aquellos años el rival a vencer era Aguada. En el equipo de la playa jugó hasta 2002 momento en el que pasó a Cordón.

Entrenar con los varones

Al mudarse de club cambiaron las condiciones para ir a entrenar. Cordón le quedaba más lejos. Su padre Federico era camionero y su mamá Anahir Souto enfermera, así que la peleaban para cumplir con las obligaciones de la casa que alquilaban. Por lo que Victoria, para cumplir con su sueño, se iba a entrenar caminando. Ponía entre 40 y 45 minutos para llegar. Puro sacrificio. “Todo eso me dio fuerza para saber que hay que entregar el máximo”, expresó.

Conforme el paso del tiempo, un buen día se apareció la entrenadora del femenino de Cordón, Marianela Castro, que le sugirió que, para sumar más horas de trabajo y seguir creciendo, entrenara con los cadetes varones. Aquel no era un grupo cualquiera. Estaban Jayson Granger y Federico Haller, entre otros. El entrenador era el Pato Juan Carlos Werstein.

“Las prácticas eran increíbles. Me pasaba de todo. Al principio como que no sabían cómo defenderme y tenían miedo de pegarme fuerte o tocarte alguna parte sin querer y te decían ‘pah me da miedo’. Pero cuando les jugaba de igual de igual se les iba todo. Y hacerles un gol despertaba el griterío de los otros varones, se jodían entre ellos”, contó Victoria Pereira. Reconoció que con aquel grupo de cadetes de Cordón aprendió muchísimo y se enriqueció con las enseñanzas de su entrenador.

De aquellos años no olvida cuando iba a los partidos en el camión de su padre. “Recorríamos todas las casas para pasar a buscar a mis compañeras y nos sentábamos atrás. Otra cosa que recuerdo con cariño es que cuando venía algún cuadro del interior y en casa se quedaban como cuatro o cinco jugadoras. Dormíamos en el piso”. Victoria Pereyra no fue una más en Cordón. Fue goleadora y figura destacada, lo que le valió ser galardonada con el premio Charrúa de mejor jugadora del año 2002.

Al exterior: entre sueños y temores 

El año 2008 marcó un cambio significativo en la carrera de Vico Pereyra al llegar un ofrecimiento desde el exterior. Universidad Católica de Valparaíso fue su nuevo destino. Tenía 18 años. La invadieron los temores. “Ahí se da la particularidad de que yo había viajado en 2006 a hacer una prueba y regresé a Uruguay. Pero ahora el tema era definitivo y me cambiaba el panorama. Yo no quería vivir sola”, contó Victoria.

De modo que la alojaron en la casa de la familia Fuentes, su entrenador. En el hogar de Jorge Fuentes se respiraba básquetbol. Es que la señora del coach también era entrenadora y sus hijas jugaban en el equipo. A Vico la acomodaron en un dormitorio y la trataron como si fuera parte de la familia. “Como era mi primera salida tenía temores. Mis padres fueron a visitarme una vez en ómnibus, porque no tenía plata para pasajes de avión, y metieron un montón de horas para llegar. Extrañaba muchísimo, es heavy la primera salida. Hablaba todos los días con mi familia”, rememoró.

Vico admitió que en más de una oportunidad, cuando terminó de hablar con sus padres, se largó a llorar. Muchas veces pretendió regresar pero su familia le decía: “es por lo que peleaste, es tu sueño”, y de ese modo se quedó en Chile. Con el equipo de Valparaíso lograron el primer puesto en la liga nacional. Una vez finalizado el torneo regresó a Uruguay. Pero su cabeza estaba en el exterior.

Inyectarse para jugar

La carrera seguía su curso. Victoria Pereyra era feliz haciendo lo que realmente le gustaba: jugar al básquet. Sus condiciones la llevaron a la selección uruguaya. Todo venía viento en popa hasta que en 2010 el diablo metió la cola… Defendiendo a la celeste en el Sudamericano se rompió los ligamentos cruzados. Fue un golpe durísimo. La intervinieron quirúrgicamente y la recuperación demandó seis meses.

Cumplido ese período volvió a las canchas. Al segundo partido se fue derecho al aro a depositar la pelota en bandeja y la maldita rodilla derecha se le trancó. Otra vez al quirófano. Esta vez por los meniscos. Pero la maldición no terminó allí. Hace tres años Vico recibió un rodillazo en un partido y se rompió el único menisco externo que tenía sano. Debió pasar por su tercera operación.

La situación derivó en que Victoria Pereyra, para seguir jugando al básquet, debe inyectarse todos los años ácido hialurónico. En el año 2012 llegó otra propuesta del exterior. Esta vez Brasil, para defender a Chapeco de Santa Catarina.  La llevaron una semana para hacer una prueba, regresó, armó las valijas, y se fue.

“Todas las salidas fueron duras. Cuando me dijeron a Brasil tenía unos nervios tremendos por el idioma, y por más que está cerca, ir a Chapecó en avión era una tranza por las escalas, Mi familia me fue a visitar en auto”, expresó la basquetbolista. Por aquellos tiempos realizó una prueba en Olympique Sevoie de la ciudad de Albertville de Francia. Fue seleccionado pero no pudo jugar por inconvenientes con la documentación.

Luego de un largo peregrinar, que incluyó el club Obras Sanitarias de Argentina, volvió a Uruguay. Se enroló en Goes donde, en 2017, dio el paso a otra faceta al acordar su incorporación como entrenadora de las formativas.

Ese mismo año se convirtió en la primera mujer en trabajar en la Federación Uruguaya de Básquetbol como asistente técnica de selecciones femeninas. Posteriormente llegó a Hebraica y luego desembarcó en Lagomar donde brindó otro paso hacia la igualdad al convertirse en la primera mujer en ser coordinadora deportiva de todas las formativas del club.

El camino fue largo. Vico Pereyra la peleó contra la desigualdad, contra aquellas personas que pretendían marginarla por ser mujer. Y se ganó un espacio. A puro coraje y sacrificio. “En muchas cosas se es injusto. Se ha mejorado a través de la lucha de muchas mujeres y hombres que ayudaron, pero estamos lejos de lo que queremos como deportistas y más viendo a los países hermanos que están cambiando la realidad de la mujer”, expresó con un dejo de resignación. Vico se siente privilegiada de poder trabajar en el básquetbol pero asume que tiene compañeras que, después de trabajar todo el día, van a entrenar y se les exige como a los hombres que son profesionales.